martes, 27 de mayo de 2014

Visita a “Las Edades del Hombre”

Templo parroquial de
Santa María la Real.
     Este año la fundación Las Edades del Hombre celebra una exposición en Aranda de Duero con el título “Eucharistia”, es fácil imaginarse el tipo de piezas escogidas para el caso.
     La exposición me gustó, como todas las que he visto de Las Edades del Hombre, aunque un aspecto me desagrada de estas exposiciones: convertir templos en salas de exposición; los templos son para rezar y de los dos en que se celebra la exposición uno tenía culto. Si los católicos secularizamos nuestros templos, aunque sea con exposiciones piadosas, ¿qué harán los demás? En los años de prosperidad derrochadora se han construido en España tantos “equipamientos culturales” carentes de contenido museístico y actividad que bastaría decir que se busca sitio para la exposición y tendríamos un montón de alcaldes ofreciéndolo.
     Con un poco de cultura católica la exposición es perfectamente comprensible. Para conocer fechas, autores o el título exacto tuve que mirar los carteles; pero poquísimas veces tuve que hacerlo para saber lo que representaba una obra o la utilidad de un objeto de culto. Solamente hubo un tapiz que no logré entender ni después de leer de qué trataba. Había algunas obras de los últimos veinte años entre lo irrelevante y lo lamentable; que las metan en un trastero y tiren la llave.
Iglesia de San Juan,
actualmente Museo de
Arte Sacro de la Ribera.
     Es frecuente hablar de la utilidad evangelizadora de las obras de arte, del gran patrimonio cultural que atesora la Iglesia en España. Puede ser porque los que lo dicen son personas que entienden más que yo del asunto, pero mi impresión es que una gran parte de lo expuesto es incomprensible y ajeno a la sensibilidad del común de nuestros conciudadanos. No me refiero a los que rechazan ideológicamente nuestra fe “escándalo para los judíos y necedad para los gentiles”, en tales casos apaga y vámonos, sino a que muchas obras son de una concepción estética, tienen una forma de representar las cosas que puede resultar de lo más extraño e ininteligible hoy en día.
     Otro aspecto es el de la belleza; en gran parte está más en la apreciación del espectador que en los objetos presuntamente artísticos. En esta exposición el ojo católico lo ve todo más hermoso, pero si miramos las cosas como son mucho de lo expuesto es bastante tosco. Si se trata de representaciones artísticas hemos visto obras mucho más refinadas; si se trata de objetos de culto, salvo algunos de excelente factura y conservación que eran muy buenos cuando se hicieron y lo siguen siendo hoy, actualmente estamos acostumbrados a unos niveles de diseño y manufactura, incluso en objetos baratos de consumo masivo, muy superiores. Muchas de las piezas expuestas producen más ternura por su antigüedad y la devoción con que fueron confeccionadas que impresión de belleza.
     Bastantes de las piezas expuestas estén habitualmente en museos de la Iglesia pese a que podrían estar en los templos en uso para devoción de los fieles o para el culto, en vez de otros utensilios de menor calidad y dudoso gusto que tanto proliferan en nuestros templos. Nos estamos recargando con más y más museos y colecciones y nuestra Iglesia no ha sido fundada para coleccionar y conservar objetos antiguos. ¿Se deterioran con el uso, los pueden robar? Son serios inconvenientes pero sigo pensando que no somos coleccionistas; lo nuestro es dar culto a Dios de la mejor manera que podamos, también en los elementos materiales que utilicemos.
     Los bienes muebles objeto de la mencionada exposición me llevan a la consideración de los inmuebles. La Iglesia que peregrina en España es propietaria de un número de edificios de culto y auxiliares que no guarda proporción ni con el actual número de fieles practicantes, ni con el número de sacerdotes que hay para atender al culto en ellos, ni con la miseria de dinero que tiene la Iglesia para cuidarlos.
     En otros tiempos la Iglesia tuvo lo necesario, no sólo para mantener los edificios, sino para construirlos, pero ya no. Hoy nos pasamos la vida solicitando subvenciones para restaurar los muchos edificios con valor histórico y artístico, celebrando las restauraciones para, acto seguido, dejarlos casi vacío de actividad cultual. Esto tiene como resultado que la Iglesia aparece ante la sociedad como una gestora de patrimonio histórico-artístico ¡siempre sacando dinero al Estado! más que como una entidad propiamente religiosa que se ocupa de Dios y de ofrecer a los hombres el conectar con Dios. Tampoco hay que minusvalorar las servidumbres políticas que crea el pedir dinero a unas autoridades, generalmente, hostiles a la Iglesia y mucho más hostiles a su mensaje, autoridades que son fiel reflejo de un pueblo que, si alguna vez fue tan católico como se decía, ahora está en total oposición de ideas a la Iglesia (el que lo dude que mire el resultado de los partidarios de la vida, el matrimonio y la familia en las últimas votaciones).
     Otro problema que crean los edificios histórico-artísticos es una especie de “turistificación”, la faceta turística de la secularización interna de la Iglesia. Hay muchos que ven las catedrales, por ejemplo, como reclamo turístico, no como edificio de culto, y lo malo es que esa mentalidad se ha metido hasta el tuétano en responsables eclesiásticos de tales edificios.
     En muchas catedrales es más fácil efectuar una visita turística que asistir a misa, los católicos están reducidos a una capilla y las páginas web son de vergüenza. Hay una especie de reserva india, una capilla, donde los que siguen la anticuada costumbre de rezar y adorar al Santísimo puede hacerlo, si pese a todo no hay algún turista que se empeñe en hacer fotografías. Las páginas web empiezan contando que si la fundó tal rey, que si se le añadió una escalinata renacentista, etc. y cuesta trabajo encontrar la significación religiosa de la catedral (simplemente eso queda fuera del horizonte mental de los responsables de la web) o es más fácil encontrar el horario de visitas turísticas que el de misas. Tenemos en los cabildos unos fósiles, de lo más lamentables, que creen más importantes las historias de reyes y obispos de sus archivos catedralicios que el culto que se celebra en el primer templo de la diócesis.
     No veo solución al problema de los muebles e inmuebles culturalmente valiosos que la Iglesia no logra mantener ni utilizar. No se deben entregar a un uso incompatible con su origen católico, tampoco se pueden derribar, no hay dinero para mantenerlos, apenas tienen uso, son un testimonio permanentemente visible de decadencia del catolicismo... Una carga que hemos de soportar pacientemente.

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