martes, 13 de mayo de 2014

No es lo mismo pertenecer o no a la Iglesia

     Es doloroso encontrar presuntos católicos con ideas del tipo “todo es igual”, “todas las religiones valen”, “la Iglesia no tiene la exclusiva”; mucho peor cuando se trata de sacerdotes desde el púlpito o desde una hoja dominical de esas que tanto se prodigan y en las que cabe cualquier elucubración:
     “Jesús como fuente de Vida constituye una comunidad, que no puede ser encerrada en institución alguna, ni nacional ni cultural ni religiosa. Su base es su propia naturaleza con el Espíritu que da cohesión y unidad interior.”
     “Jesús no ha creado un corral, la Iglesia, donde meter a sus ovejas, todos los que forman parte de su rebaño. Seguimos sin entenderlo después de 2 mil años. Tenemos que abandonar nuestros supuestos privilegios y trabajar por el Reino, que es el mandato de Cristo.”
     ¡Hombre! no podemos encerrar a Dios en institución humana alguna, pero que Dios puede actuar a través de los medios, institucionales incluidos, que él mismo escoge y crea, eso no ofrece duda. Se reconoce que Jesús constituye una comunidad, pero ¿visible o invisible? Y dejémonos de vagas invocaciones al Espíritu que da cohesión (con eso de que el Espíritu es espiritual y no se ve podemos utilizarlo como comodín sin comprometernos a nada) y respondamos a: ¿esa comunidad tiene alguna estructura y organización visibles?
     Respecto al corral llamado Iglesia, si no es para meter a las ovejas ¿para qué se crea un corral? ¿O hemos de entender las palabras “Jesús no ha creado un corral, la Iglesia” como una negativa pura y simple (y herética) de que la Iglesia ha sido establecida por Nuestro Señor?
     En el terreno de los privilegios habría que aclarar cosas: ¿Qué supuestos privilegios hay que abandonar? ¿La continuidad desde los Apóstoles a nuestros días? ¿El mantener integro el depósito de la Revelación recibido por los Apóstoles? ¿La plenitud de medios de santificación que en la Iglesia tenemos? ¿La conexión de la Iglesia peregrinante con la del Cielo?
     La Iglesia es una inmensa gracia, pertenecer a ella en este mundo una gracia totalmente inmerecida por parte de los que nos honramos con el nombre de católicos, pertenecer a ella en la vida futura totalmente indispensable para ser salvo, invitar a todos a unirse a ella cuanto antes es mandato de Cristo (Mt 28,19-21; Mc 16,15-16) Si a pertenecer a la Iglesia y participar en sus bienes queremos llamarlo privilegio ¿qué? ¿no puede dar Dios lo que quiere a quien quiere? A los jornaleros llamados a trabajar distintas horas dio la misma paga, a unos servidores a los que confió distinto número de talentos les pidió cuentas en razón de la confianza que en cada uno puso. ¿Privilegios o dones de gracia? Todos los católicos admitimos pacíficamente que la Virgen María ha recibido gracias, privilegios o como lo queramos llamar, completamente singulares y, lejos de quejarnos o tener envidia, por ello la veneramos por encima de los demás santos, la tenemos por la intercesora más poderosa y nos unimos a ella alabando a Dios: “porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí: su nombre es santo”.
     Los padres conciliares comprendieron bien la naturaleza del privilegio de ser católico, aunque no todos han leído los documentos del Concilio Vaticano II o los leyeron con las gafas de eso que llaman “espíritu del Concilio”. Transcribo íntegro el apartado 14 de la Constitución Lumen Gentium, que es todo de provecho:
     El sagrado Concilio fija su atención en primer lugar en los fieles católicos. Y enseña, fundado en la Sagrada Escritura y en la Tradición, que esta Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación. El único Mediador y camino de salvación es Cristo, quien se hace presente a todos nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia. El mismo, al inculcar con palabras explícitas la necesidad de la fe y el bautismo (cf. Mc 16,16; Jn 3,5), confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que los hombres entran por el bautismo como por una puerta. Por lo cual no podrían salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Iglesia católica fue instituida por Dios a través de Jesucristo como necesaria, sin embargo, se negasen a entrar o a perseverar en ella.
     A esta sociedad de la Iglesia están incorporados plenamente quienes, poseyendo el Espíritu de Cristo, aceptan la totalidad de su organización y todos los medios de salvación establecidos en ella, y en su cuerpo visible están unidos con Cristo, el cual la rige mediante el Sumo Pontífice y los Obispos, por los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos, del gobierno y comunión eclesiástica. No se salva, sin embargo, aunque esté incorporado a la Iglesia, quien, no perseverando en la caridad, permanece en el seno de la Iglesia «en cuerpo», mas no «en corazón». Pero no olviden todos los hijos de la Iglesia que su excelente condición no deben atribuirla a los méritos propios, sino a una gracia singular de Cristo, a la que, si no responden con pensamiento, palabra y obra, lejos de salvarse, serán juzgados con mayor severidad.
     Los catecúmenos que, movidos por el Espíritu Santo, solicitan con voluntad expresa ser incorporados a la Iglesia, por este mismo deseo ya están vinculados a ella, y la madre Iglesia los abraza en amor y solicitud como suyos.
Santa Teresa de Jesús.
Una católica feliz por
morir hija de la Iglesia.
     Empieza el Concilio por aclarar que no estamos en la Iglesia ni por capricho ni por privilegio, sino por necesidad de salvación, porque así está divinamente establecido, y además no podemos abandonarla porque hacerlo sería abandonar las posibilidad de salvación. Tampoco podemos limitarnos a estar en la Iglesia de cuerpo presente o de espectadores, hay que ponerle más entusiasmo y, de paso, aceptar su organización. Y tras todo esto resulta que el presunto privilegio trae cola, pues los que no respondan a la gracia de pertenecer a la Iglesia “lejos de salvarse, serán juzgados con mayor severidad.”
     Es posible que algunas personas, influidas por el igualitarismo ramplón ambiental e ideologías políticas de la envidia, sean incapaces hasta de reconocer el señorío de Dios para distribuir sus gracias a quien quiere y por el cauce que quiere, para admitir que no es lo mismo la Iglesia fundada por Cristo que los miles de denominaciones cristianas fundadas por autoproclamados pastores de una comunidad o por reyes rapaces y lujuriosos, ni es lo mismo, para llegar a pertenecer a la Iglesia en su fase de plenitud celestial, integrarse en la Iglesia ya en su fase peregrinante que no hacerlo.
     Me gusta tomar como ejemplo e inspiración a los mártires siempre que me es posible, al fin y al cabo Jesucristo lo fue, y si ser o no ser católico es irrelevante, si el corral de la Iglesia no ha sido creado por Cristo ¿por qué los mártires se toman esas cosas tan a pecho? ¿por qué prefieren morir antes que hacer la menor cesión en su pertenencia a la Iglesia?

1 comentario:

  1. Pues está claro; ¡¡porque eran unos retrógrados!!!

    Los mártires no estaban nada aggiornados. Eran rancios y no habían entendido el espíritu de Jésus (la tilde está bien puesta) el carpintero de Nazaret, el amigo de los niños.

    ¿De qué sirve defender algo si no ganas adeptos? Los mártires tenían que haber escuchado a sus raptores, y alterar las enseñanzas del carpintero bueno adecuándolas a lo que apetecía en el momento.

    Como sigas diciendo que fuera de la Iglesia no hay Salvación y que la Iglesia, fundada por Cristo es la portadora de la Verdad, te vamos a eskomulgar (es como excomulgar, pero más progresista)

    .

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